SEGUIDORES DEL BLOG

sábado, 27 de diciembre de 2008

Marcel Duchamp, Rueda de bicicleta (Roue de bicyclette)



OpiniónPor Norberto Álvarez Debans

Recientemente visité el nuevo edificio de la Fundación Proa, amplio, luminoso, armonioso, funcional, donde pude apreciar la exhibición de la obra de arte de Marcel Duchamp, (Francia, 1887-1968), según su declaración se trata de una obra que, “no es una obra de arte”

Como suele ocurrir cuando me acerco a este artista, me detuve frente a su banqueta de cocina sobre la cual esta montada una horquilla de bicicleta con una rueda. Me fascina esta obra del año 1913, mucho más que el provocativo y promocionado mingitorio. Es una obra simple, notoria, se presume movimiento pero esta en reposo, un objeto que gira pero esta quieto, está en un delicado equilibrio, balanceado, suspendida en una horquilla erguida, montada sobre la banqueta. Se la considera una obra pionera del arte cinético.

Pero qué ocurre, parece ser que hay varias versiones de la “Roue de Bicyclette” e ignoro si esta muestra exhibe la obra original u otra versión, pero puedo marcar algunas diferencias sustanciales.

-La versión que ilustra el catálogo de la muestra de PROA, reproduce una banqueta blanca, muy grácil, con patas delgadas, torneadas y una superficie plana, el asiento, con bordes redondeados, una estética atractiva, que atrae la atención. Luego sobre la superficie plana, en el centro, se erige una horquilla de bicicleta, muy recta de color negro con una arandela cromada en su base. Sobre sus extremos se asienta el eje y una llanta de bicicleta con los rayos cromados y el aro de la llanta de color negro. Horquilla recta erguida y aro de la llanta se unen en el color y se contraponen con sus formas, la línea recta y la línea curva, presentadas en quietud. Una re-presentación, un objeto readymade. Excelente obra, banqueta, horquilla y llanta tratando de integrarse, se la percibe muy prolija, quizás maquillada, con respecto a otra versión que comento seguidamente.

-La otra versión muy reproducida en el ámbito artístico, nos muestra al artista y detrás de él, en el costado izquierdo, básicamente la misma obra pero en otra versión, quizás más real, con más personalidad, más contundente. La banqueta parece usada, tiene golpes, raspaduras, sus patas son fuertes, sin torneados, de color madera, sin pulir, esta en un segundo plano para el observador o debajo de la línea de la horquilla-rueda. Luego, nuevamente la horquilla y la llanta, todo de color negro, los rayos, el aro, el eje, las tuercas, no hay distracciones o “ruidos” en la percepción de la misma, pero hay un detalle que sobresale y transforma la obra, la horquilla termina curva, se inclina hacia un costado y en la base se prolonga por debajo del asiento de la banqueta. El mensaje es otro, es otra “Roue de bicyclette”, más pesada, menos grácil, la banqueta queda debajo, en segundo plano, el último tramo de la horquilla parece acercarse a la forma radial de sus rayos. Y la línea curva junto a la curva de la llanta, inauguran una forma de presentación inédita, distinta de la obra presentada en la muestra de Fundación PROA recién comentada.

Contrastación:
-La obra expuesta en Proa, presenta una erección, una horquilla recta, de color negro que sirve para exponer el objeto rueda, un círculo negro suspendido en el espacio. Abajo una base blanca, una banqueta grácil que sostiene prolijamente la “Roue de bicyclette” Dos elementos uno negro otro blanco, uno arriba, el otro abajo.

-La obra reproducida por diferentes medios, presenta una totalidad, un constructo banqueta-horquilla-rueda, con cierta fortaleza, suma formas diferentes y destaca la llanta. La horquilla atraviesa visiblemente la banqueta donde está suspendida, se dobla en su tramo final, se cae, se alinea con los rayos. La obra tiene peso, tiene una intención demostrativa de conjunto. Todo es uno, banqueta-horquilla-rueda.

En ambas hay un elemento elegido, la banqueta-madera, para sostener el objeto-metal destacado, que da nombre a la obra. En una de ellas es claramente otro objeto, acentuado con un color diferente, blanco. En la otra hay pertinencia, se juntan, interactúan.

Otra situación para ambas, ¿hay sinécdoque? Es decir, resalta un parte del todo, la horquilla, la rueda, para expresar el todo, ¿la bicicleta?

----
Citas:(1) Catálogo de la Fundación PROA, de la exhibición deMarcel Duchamp: Una obra que nos es una obra “de arte”. Ilustración Roue de bicyclette, 1913/1964. © Sucesión MD, 2008. ADAGP/París, AUTVIS/Sao Paulo.
(2) Viva, La Revista de Clarín, 02/11/08. Estuvo aquí y nadie lo vio. Pág. 62/63.
Artículo relacionado:
http://www.unex.es/conoce-la-uex/estructura-academica/centros/fyl/archivos/ficheros/material/rueda.pdf

martes, 16 de diciembre de 2008

Graffitis frente al Parque Lezama

Comentario
ARTE URBANO

La esquina de Paseo Colón y Brasil fue el escenario elegido por jóvenes artistas urbanos para plasmar obras de esta tendencia. Entre los días 13 y 14 pintaron obras originales y muy atractivas.

Trabajos de calidad con temas y estilos diversos dan belleza al lugar, sobresalen coloridas artes de letras e imágenes impactantes, figuras, que nos recuerdan los dibujos de historietas o personajes propios de los juegos electrónicos o la televisión.

Estos trabajos de arte, perecederos, efímeros, están muy cerca de ser arte, creatividad les sobra, tienen estilos diversos, dinámicos, estáticos, generalmente composiciones apaisadas, donde mezclan letras y figuras de personajes propios y diversos.

Se aprecian obras de artistas como: Cray Fish, Zear One, Maze, Teko, Shonnis, Dano, Juan Abba, Jazz, Nerf, Link, Dres, Cast144, Daibo, Ever, Poeta, Marte, Roma, Cabe y Dame, entre otros (1)

A los que pintamos obras de caballete, nos llama la atención esta escuela del graffiti, muy frontal, expresionista, colorida y con gran impacto. Sus obras nos invitan a detenernos frente a ellas, para apreciar el grado de abstracción o legibilidad con que están elaborados, tratando de interpretar la significación que esconden o representan.



Es evidente que han evolucionado los estilos, desde la década del 60 a la fecha, aunque todos conviven en la ciudad, desde el estampado de simples firmas de escritores del aerosol, a la de artistas de la imagen urbana mucho más trabajada y compleja. Los más temidos por los ciudadanos de Buenos Aires son los que estampan solo firmas o “Tag” o sea la base y origen del graffiti y buscan crear una multiplicidad de ellas, es decir estamparla en cuantas paredes encuentran, sin respetar las viviendas de los ciudadanos, (soy un damnificado), los monumentos o los edificios públicos. Salvando esta situación, es interesante esta actividad creativa, me agradan cuando desarrollan obras elaboradas, con letras trabajadas con bordes o filetes, también llamada “pompa”, hasta llegar estilo “salvaje”, “basura”, “pastel”, con tipografías con flechas, rabos de demonios, corazones y ornamentos casi barrocos, que le imprimen una dinámica muy atractiva. Finalmente componen personajes que acompañan las letras tipo cajón o 3D, gruesas, muy contrastadas, casi convertidas en objetos, con dimensiones extendidas, apaisadas de gran impacto visual.

Primeros creativos, en la actualidad artistas urbanos, seleccionan lugares, generalmente paredones de terrenos baldíos, como en este caso, y componen un paisaje atractivo y muy significado en la ciudad.

Por Norberto Álvarez Debans
artdebans.blogspot.com

-------

viernes, 31 de octubre de 2008

La Rosa China

Cuento Por Norberto Álvarez Debans



En el patio de mi casa planté una Rosa China. Advertí que este vegetal tiene sus propias creencias. La miro, la admiro y la respeto. Sus flores son hermosas, lamentablemente ya no las puedo observar desde el patio, ha crecido mucho. Las puedo ver sí, desde arriba, desde la ventana de mi dormitorio, ubicado en el primer piso.
¡Qué grande está ahora, mi Rosa China!

Un pequeño colibrí la visita varias veces al día. Seguramente advirtió la cuenca colorada y profunda de sus flores, donde introduce su pico curvo y largo para libar el preciado néctar que producen. La sola imagen de la planta verde, erguida, buscando la luz, y la visión del menudo pajarito, flotando en el aire, con rápidos aleteos y suaves silbidos, junto a las flores, justifica todo el cuidado y la admiración que le profeso.

Es tan matemática mi planta, que no parece un vegetal. Tiene sus días guionados, a veces pienso que se trata de un Sistema Rosa China. Podrían observar ustedes, cómo un día ella se desprende, prolijamente, de las corolas de pétalos arrolladitos sobre si mismo, como cucuruchos, desde adonde apenas sobresalen los estigmas marroncitos. Cada uno de los cucuruchos de viejas flores, cae al piso con un ruidoso y pausado: ¡Plaf!, ¡Plaf!, ¡Plaf!

Poco a poco el patio se va cubriendo de estos restos. Una nueva serie de flores que estaban en sus cálices por nacer, al otro día, se abren y vuelven a cubrir de rojo, la hermosa copa de la planta. Un día después de esta floración, el patio se cubre de cáliz, vacíos de pétalos, sólo sépalos que se parecen a unos conitos facetados, de color verde claro.

Al tercer día se caen los pedículos, esos palitos amarillos, muy delgados, que sostenían las corolas y las flores pegadas al tronco. Luego vuelven a caer los cucuruchos de pétalos con el estigma, y así, se repite regularmente este ciclo. Entre cada uno de ellos, se desprenden algunas hojas amarillentas, manchadas, arrugadas, para dar paso a las nuevas y lustrosas. Ese es el día en que riego las raíces de mi Rosa, medio balde de agua es suficiente, para ayudar al sistema que ha creado. Así es como nos entendemos, ese es el idioma que hablamos, flores rojas, colibrí, admiración, desprendimientos, meditación y agua fresca.

Lástima los gorriones. Ellos suelen visitarla, mucha más frecuencia de los que estamos dispuestos a soportar. Alborotados, van saltando torpemente de rama en rama, con total desparpajo. Estos pajarracos alteran su ciclo de desprendimientos. Si no lo advierto, porque no estoy en casa, me doy cuenta a la noche cuando regreso. Veo el ciclo de desprendimientos todo alterado, se mezclan corola, sépalos, pedículos, hojas amarillas, sobre las baldosas del patio. El colibrí es el primero en huir cuando advierte a esa banda de sucios gorriones, además estos pajarracos ruidosos, marrones y grisáceos, saltarines, manchan de blanco el patio con sus apestosas deposiciones.

Se que a Rosa la molestan, tanto como a mi. Que bien hice al plantar a Rosa en el patio de casa ¡lástima los malditos gorriones! Mi vecino, que también la admira, opina que los gorriones están para alterar el ciclo de Rosa, para que esta no sea tan monótona y reiterativa con sus continuas floraciones y desprendimientos. ¡Siempre tan entrometido el tipo ese! al fin y al cabo, él que sabe, si no vive en casa con mi Rosa y, tampoco entiende nada del idioma chino con que se comunican mis flores.

Ayer, 28 de octubre a las 03:45 PM, maté a mi Rosa China, hacía tanto calor en el patio. Mi plantita, estaba esparcida por todo el piso, desmembrada. Me angustió mucho serruchar sus troncos, cortar sus ramas y tirar sus flores a la basura. ¡Pobre colibrí, como la va a sentir! pero por suerte, ya no vendrán más esos sucios gorriones, a importunar a mi Rosa.

-----
Copyright Norberto Álvarez Debans

sábado, 25 de octubre de 2008

La Pequeñez de lo Viviente

Cuento
Por Norberto Álvarez Debans
En todo lo que hicimos hubo un juego, oculto pero un juego al fin. Lo razono ahora, después de pasar tantas dificultades a causa de ellas, y precisamente en este momento, en que dudo si acostarme o no...Me daba cuenta de que me habían atemorizado a pesar de su pequeñez. Y todo comenzó cuando iba a buscar la azucarera por las mañanas. Lo hacía nervioso, en guardia, temiendo verlas. Destapaba el recipiente e inevitablemente las encontraba ahí. Con su presencia inquieta, oscurecían el contenido. Esa multiplicidad de hormigas componía un manto que cubría el azúcar. No siempre se presentaban así. A veces, habilidosas, se entremezclaban con los finos granitos y después de una suerte de ocultamientos y apariciones repetidas, surgían poderosas como un tanque lustroso, portando un minúsculo terroncito entre sus pinzas.

Pero era ese brillo rojizo lo que me molestaba, y el verlas moverse con tanta libertad sobre lo que era mío. Y en esa disputa por la propiedad, comencé a temerles. Después de la sorpresa desagradable de encontrarlas allí a diario, corría al baño y vaciaba con rabia el contenido en el inodoro. Luego las observaba nadar entre el azúcar, (que se hundía rápidamente), y el agua. Ellas con sus patitas extendidas buscaban flotar torpemente en la superficie, hasta que, decidido, presionaba el botón del depósito y entonces veía esa cascada acompañada del ruidoso murmullo del agua levándolas. Las hormigas desaparecían en medio de un remolino que las hundía hacia las cañerías internas de la casa. Luego, satisfecho, llevaba la azucarera a la cocina y la lavaba, secándola repentinamente para verter otra vez en ella el azúcar. Eso sí, me deleitaba viendo caer los finos granitos que se precipitaban cubriendo el espejado fondo de acero, hasta colmar la azucarera, recordándome la arena clara de un antiguo reloj. Sólo después de esta operación podía desayunar tranquilo, y así, todos los días.

Pero fue una de esas mañanas, cuando urdí el plan de esconder la azucarera después de desayunar. Creo que en ese hábito posterior de ocultarla estaba el juego y ellas centraron allí el desafío. Yo que la ocultaba, preservando lo que era mío. Ellas, que solo buscaban apoderarse de cuanta azúcar encontraban. Pero era seguro que algún rastro les dejaba como una pista involuntaria, pues las hormigas invariablemente encontraban la azucarera. Quizás cuando regresaban del baño iba dejando caer los granitos de azúcar. Llegué a pensar en Hansel y Gretel y sus trocitos de pan, en una repetición involuntaria del cuento. Por eso me doy cuenta ahora, intentaba barrer afanosamente las diminutas y casi imperceptibles partículas de azúcar, que seguramente caían en el piso cuando iba o regresaba del baño. Las hormigas aparecían invictamente en la azucarera todas las mañanas. Se plegaban al juego, pero como una recreación de la guerra, como si desde su pequeñez quisieran incitarme, mostrándose desafiantes.

Ahora tomo el desayuno sin azúcar porque no quiero seguirles más el juego, pero el café cada día me resulta más amargo e insoportable.

Días pasados, cuando regresé de las vacaciones, casi no creí lo que veía; el tarro que contenía el azúcar -con cuyo contenido llenaba la azucarera- había sido derramado, (no me pregunten cómo), pero seguramente en una acción colosal de las hormigas, aprovechando mi ausencia. El contenido casi no se distinguía, cubierto de miles de cuerpecitos rojos y brillantes. Se movían afanosas y coronaban sus cabezas con las pequeñas partículas blanquecinas, que transportaban enfilándose en largas caravanas.

Negarles el azúcar a las hormigas es imprudente, por las represalias. Ahora las he visto en el dormitorio, sacando tierra de los cimientos de la casa y creo advertir el juego; una elaborada venganza, una solapada acción donde siempre ganarán ellas. Para colmo he soñado una caída a través de un enorme remolino de arena blanca, que me lleva en círculos, atado sobre mi cama, arrastrándome hacia un abismo que termina en un fondo de azúcar húmeda y gelatinosa, final donde me esperan millares de esos pequeños insectos que se fueron por el inodoro con sus pinzas listas para consumar la venganza... ¿Comprender ahora mi temor a acostarme?


---------
Del libro inédito, Zangamanga. Cuentos para leer bajo el Paraguas.
Capítulo 3, Bajo el Tercer Paraguas.
Copyright Norberto Alvarez Debans

domingo, 12 de octubre de 2008

De pez y de indio

Cuento
Por Norberto Álvarez Debans...por algo suceden las cosas.
¡Los buenos hábitos son la clave del éxito! El pregón familiar, reiterado en los oídos como un jingle, nos lleva a la práctica de uno de ellos: ¡Bañarse! A pesar de lo repetido, recién hoy percibí las verdaderas transformaciones que se producen, aunque muchos no lo crean así.

Cuando después de quitarse la ropa viene la desnudez y ésta es elevar los brazos y observarse los minúsculos detalles, entre repaso de acné, y la clásica ubicación de sobrepesos, viene el enfermizo recuento de lunares, hasta llegar a la final apreciación de la silueta, acompañada entonces de la mueca y el perfil de la seducción ante el espejo, que como árbitro emite su opinión.

Después del desdén de lo inmejorable, el paso próximo es el ingreso precavido al amplio recipiente enlozado, para tomar posición bajo la agresiva roseta perforada que pende sobre nuestras cabezas, dispuesta a mojarnos.

Luego de acertar la combinación de movimientos con la grifería, se suelta chispeante el agua, (mezcla de frío y calor a voluntad), entonces es ver la lluvia que cae por el tobogán de nuestro cuerpo. Resbalando como una caricia húmeda, acompañada del repentino estremecimiento que sobreviene, después que la borrachera del agua nos envuelve feliz.

Luego, entre debate de vellos y repliegues de piel, el líquido se precipita en rápido pasaje reiterado, hasta nuestros pies, para luego del higiénico servicio, esfumarse entre las extremidades inferiores rematadas en nuestros lejanos dedos. Y son nuestras fricciones y el jabón que nos llena de reflejos y de pegajosa espuma, todo el cuerpo. Produciendo la sensación visual de las escamas y el milagro se sucede simultáneamente, con el estrépito del agua que cae y el alegre jadeo que nos conmueve en la transformación de hombre a pez.

Remontar la cascada, nadando contra la corriente, en nuestra flamante condición, aspirando agitado por las imaginarias branquias de nuestra nariz y ensayando gárgaras hasta quedar convertido en el tonto pez que vive en nosotros y que en este acto le damos vida todas las mañanas. Y las alegres contorciones y las aletas de codos contra la pecera de mayólica y la cabeza hacia arriba buscando el sol de las tulipas amarillas.

Nos zambullimos con estrépito dentro del pequeño mar de sales que creamos en la bañera, para elevarnos y sumergirnos en tibias olas, conteniendo el aire y desparramando las escamas que nos hace olvidar por momentos las tormentas del trabajo; los traicioneros azulejos bursátiles o las redes impositivas que nos arrojan en éste juego diario de ser pez, hasta que presionados por el horario..., el triste telón de plástico clausurando la cascada y la última gota y el ligero frío y el mar que se escapa presuroso por el ínfimo desagüe con un rumor de nostalgiosas olas. Y las escamas como perlas fugaces se desprenden rompiendo la mágica varita del hábito, dejando al descubierto nuestra piel y sus brillosos pelos.

Y ahí es cuando sobreviene la nueva transformación, en rápida metamorfosis de pez a la de valeroso indio cotidiano. Aprovechando la nueva investidura preferimos el grito salvaje y profundo que retumba en la húmeda caverna, requiriendo de nuestra compañera, la prenda íntima que olvidamos traer. Mientras envolvemos las impúdicas zonas con el taparrabo de toalla y vestimos la espalda con la capa de brujo mañanero de la tribu cotidiana. Los pelos, como plumas en desorden, la cara colorada pintada de sofocación y la pronta "salida de baño", (imitación piel de leopardo), regalada por la suegra que viste al indio que trajo la nena, que nació, aunque ustedes no lo crean; del buen hábito de bañarse. El que pone al descubierto la leyenda de pez y de indio, que bien conoce nuestra consorte.


Luego aliviada, ella nos ve salir de la cueva a hacer la mañana, ocultando las picardías de las oscuras transformaciones hogareñas, bajo la inocente corbata motivo pescaditos y la pluma en el bolsillo del saco de cacique mañanero, obediente y formal.
-------
Copyright Norberto Álvarez Debans

domingo, 7 de septiembre de 2008

El concurso de manchas

Cuento
Desde todas las direcciones llegaban hombres y mujeres al parque con el pintoresquismo de sus ropas informales. Traían ocultas sus armas, utensilios y municiones de colores. Venían solos, en parejas y en grupos, perfumados de óleo-laca-trementina. Mostraban pelos largos: trenzas y barbas, pareciéndose entre sí, en los alegres contrastes de sus ropas y en la algarabía desatada.

El parque se fue poblando con ellos. Caminaban casi danzando, con los brazos extendidos y levantados, cruzando el índice con el pulgar de ambas manos. Repitiendo la mímica una y otra vez, mientras buscaban encuadres donde centrar la actividad. Saltando de un rincón a otro del parque fueron tomaron posiciones, entre los árboles, sobre los caminos del paseo y, armados de pinceles, arremetían contra los bastidores recién ubicados en caballetes. Con sus telas blancas, como escudos, enfrentaban el parque con decisión. Otros, sentados en el césped, con superficies planas sobre las piernas, manchaban de colores los bocetos dibujados con carbonilla.

¡Ellos contra el parque, librando un desafío creativo: copiarlo, cambiarlo, recrearlo! Unos pocos, alejados del frente activo –solitarios- iluminaban el paisaje con sus suaves acuarelas humedecidas de luces y colores.

Lentamente comenzaron a teñir el cielo del lugar con grises o azul celestes, la tierra con marrones y terracotas. Con sienas, rojos y ocres los caminos y con infinidad de verdes las gramillas. Con poder de síntesis rediseñaban los árboles, reubicándolos entre objetos, atentos a su propia configuración de las escenas. Una multiplicidad de hojas que se arremolinaban sobre los jarrones del sendero principal era resaltada con toques de flores. Las perspectivas fueron modificadas. Afanosos trabajaban con diversos puntos de fuga y con trazo seguro multiplicaba los bancos, los árboles y los canteros. Enderezaban los sinuosos caminos, mostrando detalles ocultos, mientras forjaban las verjas lindantes, retorciéndolas a gusto. Quienes se ceñían a la realidad, calcaron sobre sus telas las dimensiones y formas reales, yuxtaponiendo colores, creando vibraciones y texturas, atrapando el paisaje en los espacios que trajeron vacíos.

Los pintores habían encontrado un dominante que actuaba como ordenador, permitiéndoles el encuentro y la acción; El concurso de manchas en el parque. Los referentes, el cielo, la tierra, la vegetación, los caminos, las fuentes, las escaleras, la quietud del lugar y la figura humana, le daban significación a las obras. Una tarde diferente en el parque de la ciudad: ¿El parque en la ciudad? ¿Los pintores de la ciudad en el parque? La naturaleza se recomponía según el enfoque intelectual de los artistas.

Los trazos (ejes imaginarios y formas contenidas) lo cruzaron todo. Lo recortaron en rectángulos y cuadrados, variando la intensidad de los planos, llenándolos de matices nuevos. Volcaban entusiastas sus tendencias a la transformación, al cambio, tamizando vivencias y realidades, cambiando la atracción y la tensión de las perspectivas del parque. Atrapaban en las redes de sus telas lo que tocaban con la gracia del pincel, de la carbonilla, del pastel o con las espátulas. La visión del paisaje y su atmósfera natural se replanteaba rápidamente en sus telas y cartones.

Jugaron embelesados a la creación, recreando lo creado. Así fue que le crecieron alas a las estatuas, olivos a las manos de los niños, ramos de flores a las parejas, ruedas y motores a los objetos allí dispersos. Convirtieron los bancos en camas abrazadas de amores y de blondos almohadones. Los bebederos como fuentes mágicas elevaban chorros brillantes e iridiscentes, bañando de agua el lugar y, a las sorprendidas personas que paseaban por el lugar. Las gamas de colores variaban, las texturas también, siendo alteradas por la ansiedad de la lucha. Luces y sombras, en las figuras. Color contra color, los pintores y el parque vibraban.

El paseo se diluye como visión fragmentada y blanda, casi daliliana quedando ahora suspendida en caballetes y atriles o sobre los tableros planos de los artistas. Después de la invasión de los aprendedores del paisaje, el lugar ha cambiado.

Los intelectuales del arte, galerístas y críticos, desarrollaron las reglas del mercado de las pinturas: Puntillismo, cubismo, impresionismo, expresionismo, futurismo, hiperrealismo, abstracción, nueva figuración. Todos los istmos de la plástica estaban en los espacios invadidos. El colorido accionar de los pintores cambiaba la geografía del lugar; los escalones aparecen y desaparecen, el agua de las fuentes con sus impulsos han desbordado tiñendo en su latir a los artistas, salpicando con la lucha sus ropas, sus dedos, sus caras, sus zapatillas, con colores primarios y secundarios, pareciéndose así, a los arlequines de Picasso, a las muchachas de Cavalcanti. Los pintores penetran paulatinamente en la naturaleza encerrada en el parque, a través de los sinuosos caminos de la imaginación.

Con sus trabajos terminados, han tomando el parque, a través de la luz de sus percepciones. Las galerías de arte de la ciudad los esperan.

El sol cae, la luz se va extinguiendo poco a poco, señal propicia para los artistas que guardan presurosos las armas y los utensilios. Abrazados a sus preciosos trofeos van desandando el camino. Arlequines y muchachas multicolores, bufandas abrigadas dentro de los pelos y bajo las barbas, sonrisas y miradas, entorno a conversaciones con temas en común.

En su retirada, se llevan sigilosamente el parque, recortado y fraccionado, atrapado para siempre sobre sus telas. Eufóricos con el triunfo, olvidando ya el inquietante blanco inicial de la jornada, los más audaces o talentosos, se llevan un gran cuadro, los iniciados, pequeñas superficies. La naturaleza ha sido profanada por los pintores que ahora van camino al centro de la ciudad, para mostrarlas en las galerías como un espacio propio, cargado de vanidad creadora. El Parque Lezama ha desaparecido, ahora, nada queda, solo el blanco vacío.

Copyright Norberto Álvarez Debans

sábado, 12 de julio de 2008

El Armatoste

Por Norberto Álvarez Debans
 

CUENTO
 
Era una cosa de locos el armatoste. El joven Coqui siempre soñó con hacerlo. Un buen día, la fiebre de la creación desatada en él, entonces; La loca carrera dirigiéndose al baldío. Allí, entre el pastizal y las basuras lo construyó. A primera vista no se parecía a nada conocido. El humilde Coqui apareció sobre el medio día, en la calle principal de Paraná, esquivando autos y peatones. Casi no se lo veía, oculto como estaba dentro del armatoste. Se lo había calzado a la altura de la cintura, se apreciaba algo como un enorme fuselaje de avión, que colgaba de sus hombros sostenido con unos viejos tiradores. Solo le dejaba libre la cabeza con su cabellera desgreñada, las piernas velludas, y sus pies, calzados con zapatillas rojas sin cordones. Parecía que las iba a perder en cualquier momento, mientras corría a los saltos balanceando el armatoste. A la altura de los hombros tenía adherida un par de alas, una salía recta hacia un costado, como la de un avión y la otra, apuntaba hacia arriba, con bordes ondulados, como la de una mariposa, a las que inflingía torpes movimientos con sus brazos levantados.

¡La algarabía que produjo el Coqui con el armatoste, en pleno centro de la ciudad! Era casi increíble verlo así, en esa situación. Bocinazos, frenadas bruscas, gritos y corridas de la gente. El, indiferente, más bien se lo veía feliz con su locura. De pronto, advirtió un espacio libre en el tránsito delante de él, y con nuevos bríos emprendió una carrera brincando con trancos largos, aullando como un lobo, quizás imitando un motor, mientras hacía flamear el ala y la vela; Una sube, la otra baja, ambas bajan, ambas suben, torpes y desparejas. A los costados, en la vereda y detrás de él en la calzada, se habían congregado un enjambre de chicos, mofándose y arrojándole piedras, mientras lo alentaban burlonamente: ¡Volá! Coqui. ¡Volá! ¡Volá! ¡Volá!

Pobre Coqui, las frágiles cañas y las viejas maderas junto con los retazos de trapos de diferentes colores, anudados entre si y que pretendían dar forma de avión al armatoste, comenzaban a desprenderse. El cansancio del Coqui, jadeante y sudoroso, se hacía evidente, Sin embargo, pareciera que lo impulsaban a acorrer más, más y más entre el tráfico, mientras sorteaba los autos. Se notaba que había cambiado el ritmo del aleteo, por movimientos más bruscos y grotescos. El Coqui, era bastante delgado, parecía débil, a simple vista. Se cayó dos o tres veces, en medio de la calle, levantándose rápidamente en su afán por volar. La cola del fuselaje, hecha de palos de escobas y cartones, amenazaba con desprenderse. De pronto, el armatoste comenzó a elevarse lentamente, primero sobre los coches, luego, más y más arriba, hasta volar, sobre los techos de los viejos edificios.

Loa conductores de los vehículos, ya fuera de ellos y el numeroso público, miraban hacia lo alto, boquiabiertos, incrédulos y sorprendidos, por la hazaña. Poco a poco se les fue borrando las sonrisas burlonas de sus rostros y se izo un prolongado silencio,.. ante el estupor de lo increíble.


Mientras tanto, la primitiva figura del armatoste con el Coqui adentro, aleteando débilmente, sin sus zapatillas, con los pies desnudos, se desvanecía en el cielo azul de Paraná. En la calle quedaron esparcidas sus viejas zapatillas rojas, desteñidas y sin cordones. Poco a poco los automóviles comenzaron a moverse, esquivandolas cuidadosamente para no pisarlas.

Cuento del libro inédito: Pájaros volados" Cuentos breves. (1985-1987)


Referencia:“El Coqui” era un muchachito humilde que poco a poco fue enloqueciendo y que viviera en la ciudad de Paraná, Entre Ríos. Solía parar en la puerta del Bar Florida, frente a la Plaza de Mayo. Era muy pacífico e imaginativo, sus conversaciones, oscuras, inconexas, siempre versaban sobre Kin Kong que lo fascinaba. Al otro día, después de esta historia de la que fui testigo, se publicó en el Diario La Acción la noticia, en primera plana y fue muy comentada. A partir de este hecho, nunca más se volvió a ver al Coqui en la ciudad.

Copyright Norberto Alvarez Debans

martes, 29 de abril de 2008

Literatura: Fin del idilio

CUENTO

Por Norberto Alvarez Debans
La posibilidad existe, pero hay que proceder con cuidado. Sobretodo si el frasco que la contiene es de boca ancha. ¡La miel es tan diferente! Es sublime, pero tan pegajosa, muy pegajosa. La mermelada es distinta, es dulce, es cierto, pero la produce una máquina en alguna fábrica, con esa frialdad sin connotaciones, propias de un tornillo o una herramienta. La miel es tan diferente. La fabrican las abejitas. Esos abnegados insectos explotados por el hombre, aunque la palabra insecto suena a mosca, mejor decirles animalitos, como a un gatito o un perro. Animalito es más efectivo, más familiar.
Pero; ¡cuidado!, ellas también tienen su carácter, por ahí se enojan y vienen dotadas de un exocet, que se lo mandan a guardar al apicultor más avezado -aunque revienten en el intento. Una suerte de kamikaze pegajoso. Pero así y todo me gustan igual, porque son tan dulces y amargas como la vida -el aguijón es el amargo...

Y la cucharita se fue nomás, adentro del frasco. Tanto cuidado, tantas divagaciones intrascendentes, y al final el temido baño pegajoso. No tengo otro remedio que sacarla, para lo cual es aconsejable usar otra cucharita a modo de caña de pescar y socorrer la accidentada. ¡Claro!, en el intento siempre algo se pierde. Es inevitable que la mano izquierda se pegotee toda con el frasco (ya de por sí, chorreado y pegajoso) y la derecha, ni te cuento cuando tomas la cucharita ahogada en la miel. Así es como con las manos pegajosas trato de sacar una tostada y se pegotea la tostadora y la cucharita bañada de miel sigue chorreando el producto de las abejitas. ¡Ya sé!, la coloco sobre el plato del pocillo, sin poder evitar ensuciar el asa del pequeño recipiente, que tomado entre los dedos da la sensación de tener poximit como si no fuera a desprenderse jamás, y ahora el platito se llena del líquido ámbar viscoso que se desprende interminable de la cucharita recién bañada, perfumada de azahares, (según certifica la etiqueta), y va cubriendo de brillo los dibujos del platito, como un barniz.

Con los diez dedos entremezclados en el repasador, trato de limpiarme las manos, pero lo pegoteo todo y sólo consigo desparramarla como una gran crema para manos, como si fuera la diadermina de las abejas. Con las manos ahora sucias en forma pareja, es decir; con un pegote general, tomo la tostada, (la frase suena a política), e intento con la cucharita más limpia sacar un poco de miel del frasco de boca ancha y con cuidada artesanía pinto la tostada. Al intentar el bocado, no vi una gota que subrepticiamente se descolgaba por un agujerito de la tostada y estirándose lánguidamente, como bolita perlada de rocío, se desliza contenta cuesta abajo sobre mi corbata, escapando a mi hambre.
¡Abejas de mierda!, porque no se actualizan y hacen miel menos pegajosa. ¡Vieeejaaa!, compra mermelada para el desayuno. No traigas más esta porquería.

Copyryght Norberto Alvarez Debans

miércoles, 9 de enero de 2008

Hambre

Por Norberto Alvarez Debans
CUENTO
El asunto es procurarse un cospel, del fondo de alguno de los bolsillos. Después, el molinete. Mezcla de alcancía y barrera, que en atención al depósito, abre las puertas al viaje. El paseo es rápido.

El señor del silbato, con la estridencia del pequeño instrumento te despierta en cada estación y con la llave de tubo que extrae del cinto, abre las puertas del vagón. ¡Estación, pito y llave!, Hasta llegar a destino. Allí la gente en tropel que sale y la pelea con los que quieren entrar. Nosotros los que llegamos más tarde, ellos los que madrugaron y ya vuelven. Uno-a-uno, dos-a-uno, forcejeo y lucha. Tres que salen, uno que entra. Estación, pito y llave. ¡Tres a Tres! Final, y el cuello de botella; la angosta escalera mecánica, hoy: ¡Sorpresa!

Casi al llegar arriba, (cómodamente transportados), la gente que se demora en salir... ¡gritos! Nadie sabe qué pasa. Rumores. Un viejo agazapado en la boca de la escalera, tirado en el piso, lucha contra ella y sus dientes de acero, para que no le lleve un pié. Ya le tragó el mocasín, y ahora no puede impedir que le absorba la media, desnudando su escuálida extremidad.
Los mayores, con torpes e imprevisibles movimientos caen sobre él. Los más jóvenes saltan. ¿Y la escalera? La escalera mecánica sigue subiendo gente que se amontona sofocada. Ya le llevó la media al viejo y ahora le quiere comer los dedos del pie. Una mujer calzada con botas, por socorrerlo, no pudo evitar que la insaciable escalera le devore las suelas de goma. Los dedos de los pies de la mujer sangran, los del viejo también. La escalera voraz quiere llevarse a otros.

La gente se sigue amontonando sobre el viejo, ya cansado de luchar, y van cayendo unos sobre otros sofocándolo. Algunos testigos gritan desesperados: ¡Paren la escalera! ¡La escalera, por favor! Pero no hay quien sepa hacerlo, ella sigue incesante, apilando gente y se las va comiendo, se las va comiendo, se las va comiendo...

Referencias:

Cuento del libro inédito ZANGAMANGA, cuentos para leer bajo el paraguas. Recopilación 1982-1985.
"Cóspel", Moneda que se compraba en boleterías para viajar en los "subtes".
"Señor del silbato", Guarda (argentinismo) que hacía sonar un silbato cuando llegaba a cada estación.
"Llave de tubo", Pequeña herramienta que insertaba en una “cajita” para que se abrieran las puertas de los vagones.

Buenos Aires, 1º de agosto de 1982. Estación Florida, subterráneo línea B, 10:55 horas.
Los nombres de los desaparecidos no fueron suministrados.